Nuestro viaje a Ares es un capítulo de una larga amistad. La vida tiene esas cosas mágicas que llegan a sorprenderte: después de haber vivido toda mi infancia y adolescencia en Bilbao, ha sido gracias a mi marido que he conocido a L&L hace ya 16 años. Nos han acogido en su casa en Bilbao, no les ha importado compartir apartamento en Madrid sólo con la excusa de vernos un par de días… y nos han hecho un regalo de lujo al invitarnos a su casita veraniega en Galicia.
Una invitación con todo lujo de atenciones: comidas, excursiones, planes alternativos… pero lo mejor, lo mejor, las horas de conversación, sentadas en el porche, rondando por la cocina (haciendo como que aýudábamos a preparar las pantagruélicas comidas) o en torno a la mesa, y en el coche camino de algún rincón que descubrir.
Por eso, estas crónicas de Galicia son crónicas de amistad: les faltó tiempo, al saber mi interés por el pan, para hacerme descubrir las tahonas locales, hasta el punto de reprogramar actividades y hacer escapadas mañaneras por sorpresa.
Y durante esos días que compartimos también hicimos pan en casa. Y mermelada. Pero vamos por partes. Yo me llevé en la maleta un trocito de levadura fresca (nocturnidad y alevosía, je, je). Y el primer día, en la panaderia de Ares donde compraban la bolla, me compraron también un kilito de harina blanca de trigo. La aventura comenzaba ahí, porque no tenía báscula, rasquetas ni ninguno de los mil y un gagdets a los que me he acostumbrado en mi cocina.
Lo primero que preparé debo agradecerselo a las niñas. Se habían pasado una tarde por los caminos recogiendo moras. Y después de comer y comer, aún quedaban unas pocas en una taza. Inspirada por la bolla pensé en hacer un pan dulce cubierto de azúcar y moras.
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No puedo dar una receta exacta, porque medí los ingredientes a ojo, mano y boca (llenando tazas -medidas a ojo- de harina, agua y demás; amasando y con la mano decidiendo la cantidad de líquido; pellizcando la masa y saboreando los trocitos – para decidir la sal y miel correspondiente).
La bolla de moras llevaba: harina blanca de trigo, yogur blanco, leche, miel local, sal, una pizca de levadura fresca. Hice una masa tierna, que dejé fermentar durante 8 horas, pues llevaba muy poca levadura y la temperatura era de unos 20º-21º.
Por la noche, la dejé formada sobre una bandeja forrada de papel aluminio y la metí en la nevera. A la mañana siguiente, calenté el horno nada más levantarme. Entretanto, coloqué las moras (lavadas y secas) encima y las espolvorée con azúcar. Lo hornée a 190º unos 35 minutos.
Cuando todos se levantaron la casa olía a desayuno. Al menos, dieron buena cuenta de ella.
Al día siguiente, pensé que era buena idea que probaran el pan casero, después de haberles hecho comprar panes y más panes de aquí y allá sólo por el gusto de probarlos. Nuevamente, lo preparé a ojo, mano y boca. Comencé preparando una masa que dejé envejecer dos días en la nevera. Sólo llevaba harina, agua, levadura -muy poca- y sal.
Al cabo de esos dos días, amasé la masa vieja junto con más harina, agua y sal. Dejé fermentar la masa toda la mañana (unas 4 horas) en la encimera, en un cuenco tapado. Déspues de comer, le di forma, lo coloqué en una canastilla forrada con un trapo enharinado y dejé que fermentara de nuevo un par de horas.
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Calenté el horno al máximo y hornée el pan. La parte complicada vino aquí: acostumbrada a mi piedra de horno quise emular el efecto usando la base del horno como “piedra”. La hogaza salió razonablemente bien…
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… salvo que se quemó un tanto la suela del pan.
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En fin, nadie dijo nada. L. raspó el pan y todos lo comimos. No fue el mejor pan de la semana, pero se dejó comer.
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Y para terminar la semana, hicimos un poco de mermelada de moras: Galicia es el paraíso. El sol de julio y agosto baña los caminos de moras maduras y dulces, que se renuevan en las zarzas sin fin. No tengo fotos de la mermelada (olvido!!!), pero sí de las zarzas cargadas de moras.
Y con ellas me quedo, hasta la próxima crónica. Entretanto, me entretendré releyendo las Crónicas de Galicia I.
Yo aun engo un par de quilos congelasos. Es como resistirse a que se escape ese momento fugaz de regocijo recolector de abruños y moras…El calor me mata, el placer de la recolección me entusiasma. apertas
Encantadas nosotras por tantos conocimientos sobre el pan y por compartirlo.
Me encanta esta historia en un paraiso entre amigos.
Me gusta mucho el pan, pero el dulce con moritas… una delicia.
Un beso
Fantástica crónica. Desde luego así da gusto tener invitados!
Un abrazo